sábado, 25 de enero de 2014

Mi verdadera máscara

Como mencioné en la entrada de La Máscara, durante aquel ejercicio yo pensé que lo que había impreso originalmente en mi cartulina (meditativa, profunda, pacífica, espiritual, etc.) NO era mi máscara, sino que mi máscara era autosuficiente, fuerte, alegre, etc.  Sin embargo, tras algunos meses de haber iniciado la terapia psicocorporal, me encontré en extremas dificultades para seguir con mi práctica espiritual.  No podía sentarme a meditar, hacer comunicaciones animales, sanación con onda theta, etc.

Me fui dando cuenta de que, en efecto, eso que yo había plasmado en la cartulina era en verdad mi máscara. Era eso tras lo que yo me ocultaba, algo distorsionado de la realidad.  Si puedo meditar, sí, pero no soy una meditadora profesional ni muy avanzada.  Sí puedo realizar comunicaciones animales, sí, pero no soy infalible y no siempre lo logro con éxito.  Si puedo ser profunda, sí, pero no soy únicamente profunda, también soy superficial.  Todo esto me cuesta aceptar.  Tengo miedo a la reprobación, al rechazo, a verme débil, a verme fallar.  A verme vulnerable.  Y con tal de no aparecer vulnerable ante mí ni ante nadie, monto esta máscara de "meditativa, profunda, espiritual".  Pero cuando se va cayendo la máscara, surge lo que hay debajo: enojo, simplemente enojo que necesita salir.

martes, 14 de enero de 2014

Primera vez en terapia psicocorporal individual

Los módulos del diplomado me dejaban cada vez más confundida y no sintiéndome bien precisamente.  Pensé que era urgente encontrar terapia individual y que alguien me ayudara a comprender qué estaba pasando, qué era todo esto de la terapia psicocorporal.  Encontré una terapeuta mujer cerca de dónde vivo.  Hice con ella una cita y me cayó muy bien al conocerla.  Una mujer atractiva, segura, clara y directa.  Me pareció muy inteligente.

Al relatarle el desarrollo del diplomado hasta ese momento, la terapeuta -además de escucharme pacientemente- me hizo caer en cuenta que, durante la última sesión del diplomado, yo no había sido capaz de expresar mi inconformidad, de decir a la facilitadora “eso que estás diciendo me molesta”, no fui capaz de expresar mi enojo.  También me dijo que para ella era esencial que la relación cliente-terapeuta fluyera de tal forma que yo pudiera expresarme con libertad y confianza durante la terapia.  Las sensaciones de estar en un lugar pequeño, cerrrado, contenida, con una sola persona, para escudriñar mi ser inferior me parecieron más agradables que las de los ejercicios del diplomado, sin embargo, aún me parecía que si yo “estallaba” en golpes, gritos, o llanto, me vería ridícula, débil, deficiente, etc. 

La terapeuta me invitó a notar en mi cuerpo las sensaciones que se presentaban cuando mencionaba a algún hecho particular como éste último.  Pude entonces notar que sentía un profundo miedo, que hacía mi corazón latir más rápido y mi respiración acortarse, simplemente al hablar de ciertos eventos/personas.  Mi cuerpo expresaba cosas que yo no lograba decir.  Mi discurso y mis sensaciones no eran concordantes.  Mi discurso sostenía mi máscara.

lunes, 13 de enero de 2014

La herida de rechazo

Asistí al 4° módulo del diplomado.  Durante el ejercicio dónde debíamos actuar la situación en que vivimos rechazo (yo nombré el rompimiento reciente de una amistad que me era muy preciada), no logré contactar con ninguna emoción, estaba como zombie. La facilitadora en ese momento me indicó “salte de la máscara”, lo cual me sorprendió pues no pensé que uno pudiera “estar dentro de ella” y salirse a voluntad. Lo cierto es que yo no sabía en ese momento que estaba dentro de la máscara o cómo salirme, todavía la vivía subconscientemente.  Su tono de reproche también me irritó.  Sin embargo en estos momentos de irritación pude notar cómo en mí se encendía una sensación de victimismo, como si me estuvieran maltratando y yo estuviera indefensa.   Esta sensación es muy profunda y no la vivo con regularidad. Lo que sí vivo con regularidad es el rechazo a personas que pretenden ser las víctimas.  Un reflejo de mi propia reacción.  Más tarde descubí por qué me irritaba tanto que otros se presentaran como víctimas.  Fue a través del ejercicio de la herida de abandono.    

domingo, 12 de enero de 2014

Mi primer "quiebre"

Durante el ejercicio de comportarnos como niños que se enojan, y un compañero tomar el papel de nuestros padres que no nos permiten enojarnos, contacté con las emociones depresivas de agotamiento (por sostener la máscara de todo-poderosa) e impotencia (por no sentirme libre). La emoción llegó lentamente a mi cuerpo, después de golpear con un cojín el suelo en repetidas ocasiones y repetir "ya no quiero, estoy agotada".  Sentí la agobiante tristeza de ya no poder más, de estar completamente rendida y sentir que nada tiene remedio: la depresión.  Empecé a llorar profusamente, pero frustrada, sin alivio.  La facilitadora me provocó con un "¡salte del drama!", que me irritó, aunque no pude expresar esta irritación.

Después, dos compañeros tomaron el lugar de mis padres frente a mí.  La facilitadora me sugirió una frase para mis padres: “prefiero morirme a no cumplir con sus expectativas”.  Lo dije sumida en un llanto muy profundo y desgarrador, pero aún un llanto lleno de lástima hacia mí misma y hacia "lo que no pudo ser" (más tarde aprendería que esta sensación de lástima y "tristeza" es en realidad un gran enojo que no se expresa explosivamente, sino destructivamente y silenciosamente).  Esta frase me impactó fuertemente.  Ésa era la esencia de mi depresión.  Durante este ejercicio me sentí muy vulnerable y me molestaron un par de comentarios de la facilitadora también.   No me sentí enojada, me sentí ofendida.  Sólo posteriormente me di cuenta de que mecánicamente reprimía mi enojo bajo la tristeza o depresión.  Prefería ser la víctima, a ser la mala del cuento.

sábado, 11 de enero de 2014

El subconsciente - de lo que no nos damos cuenta

Durante el módulo 2, realizamos un ejercicio dónde elegíamos papeles de colores que estaban tirados en el piso.  Al ver un color que nos atraía, debíamos pararnos sobre el papel. Posteriormente, volteábamos el papel y leíamos una palabra escrita al reverso.  Realizamos el ejercicio 3 veces, para encontrar 3 palabras.  Las palabras que encontré bajo los papeles (cuyos colores encontré hermosos, ¡oh dios!) fueron: agresivo, inocente y depresivo.  Cuando tuvimos que actuar de acuerdo a nuestros papeles, me sentí incómoda al ser agresiva, auténtica al ser inocente, y agotada al ser depresiva.  Sin embargo, cuando fue la segunda ronda de actuación, cuando pasé de depresiva a agresiva, sólo puedo resumir en una palabra cómo me sentí: VIVA, llena de energía.  

Este ejercicio me ayudó a observar cómo cada emoción me llevaba a un estado energético diferente, y me percibí desbalanceada en mis emociones. Mostrarme dura, encabronada (perdón), era para mí tener más energía que cuando me mostraba triste, deprimida.  También relacioné estos estados emocionales con mi infancia (inocente), adolescencia (agresivo) y adultez (depresivo). 

viernes, 10 de enero de 2014

La máscara

En terapia grupal, realizamos un ejercicio dónde se pretendía develar la máscara que usamos.  Para ello, plasmamos en una cartulina una imagen o recorte de revista que simbolizara cómo nos gustaría que los demás nos vieran.  Caminamos con nuestra cartulina por el salón, y al encontrar otro compañero, le decíamos: “Así quiero que me veas, y si no me ves así, me enojo, y cuando me enojo _______.”, y debíamos completar la frase.  Me di cuenta que yo plasmé en mi cartulina lo que veo como mi parte más evolucionada, luminosa, según yo, ésa no era mi máscara, era algo genuino.  

Un tiempo después identifiqué otras características, más mimetizadas en mí, tanto, que a veces ya ni las noto, que sí son parte de mi bien pegada máscara: fuerte, autosuficiente, eficiente, en control.  Éstos son los atributos que uso para protegerme del mundo, y los que me causa mucho malestar que se descubran como falsos.  ¿Pero dónde estaba quedando la parte del enojo?  Me costó mucho completar la oración.  Aún no conectaba con un enojo reprimido profundo.  Pero lo que sí podía ver claramente era otra emoción negativa y poderosa: el miedo.

De las máscaras “amor”, “poder” y “serenidad” me identifiqué con el amor y la serenidad principalmente.  De los patrones negativos “yo soy mejor” (orgullo), “tiene que ser como yo digo” (voluntarismo) y “sólo yo lo hago bien” (confianza), me identifiqué con el voluntarismo.  Durante ese módulo identifiqué mi máscara como el amor – serenidad, y mi ser inferior como el miedo.  Sin embargo, los ejercicios me seguían pareciendo inútiles, hasta quizá dañinos, e innecesarios.

Durante el tercer módulo me agradó que estudiáramos un poco la teoría.  No me agradaba el hecho de realizar los ejercicios y posteriormente no comprender qué se había intentado lograr con ellos, cómo se estructuraban, etc. (mi afán de control, probablemente).  En la lectura que nos tocó presentar, Keleman, me pareció sumamente interesante cómo el cuerpo reaccionaba, desde su nivel celular o inferior, a los estímulos exteriores, guardando en una memoria corporal todas las experiencias desde la gestación e incluyendo la infancia.  El cuerpo, entonces, no miente, pensé.  Si hay cosas que yo no logro sacar, mi cuerpo lo dirá por mí.  Recordemos que el cuerpo nunca miente, en su forma, constitución, postura, movimiento, etc.

jueves, 9 de enero de 2014

La resistencia a mirar el interior

Durante los primeros tres módulos del diplomado que curso sentí que no podía involucrarme con las dinámicas y los temas al 100%.  Me costó realizar los ejercicios y creer que se estaba haciendo algo útil o productivo, o que serviría para algo, o que revelaría algo, porque lo que resultaba de los ejercicios me dolía emocionalmente (¡y a veces también físicamente!).  Veía a la gente llorar y gritar, pegar, desvanecerse en el piso, y todo esto me parecía extraño y que yo no tendría la "necesidad" de experimentar algo así. 

Durante mi infancia, recuerdo que no me estaba permitido hacer aspavientos, levantar la voz, enojarme o reclamar algo.  Todo esto era para mí "prohibido", "censurado", y aquellos niños/personas que mostraran esta conducta eran desacreditados por mis padres.  Así fui construyendo una aversión al conflicto, al enojo, al reclamo.  Sin embargo, ese enojo se fue reprimiendo dentro de mí, no se fue "solucionando", como yo quería creer.

Durante el primer módulo dibujamos una silueta de nuestro cuerpo completo y relatamos nuestra historia en ella.  Al momento de intercambiar con el grupo, se me dijo que de pequeña seguramente no se me había permitido expresar el enojo.  Esto me sonó totalmente nuevo.  Jamás me imaginé que esto fuera para mí “un problema”.  “Pero no me siento enojada, me siento feliz”, fue lo que respondí en varias ocasiones, “todo se ha ido resolviendo en mi vida”, “acepto mi vida tal cual es”, “estoy conociéndome más a mí misma y avanzando en los temas que me apasionan”.  Éstas eran las respuestas que se me ocurrían.

miércoles, 8 de enero de 2014

Antecedentes

Estudié Biología porque quería conocer “todo lo que existía sin ayuda del hombre”, intentando acercarme a lo más fundamental de la existencia materialmente visible.  Mi segunda y tercera opciones de estudios eran Psicología y Filosofía.  Después de muchos años de estudio y experiencia profesional, fui concluyendo que es el ser humano quién decide sobre los recursos naturales, muchas veces para su detrimento.  Esto nos ha llevado a un estado ambiental crítico.  Sorprendentemente, el ser humano se ve directamente afectado por el deterioro ambiental, y de formas no sutiles.  

¿Por qué entonces continúa la trayectoria de “progreso” y consumo sin darnos cuenta de que esto no es en absoluto aquello, sino un camino que se va angostando hasta que las opciones sean tan reducidas que las decisiones sean forzadas?, me preguntaba.  Mi  inquietud por la Psicología tomaba fuerza.  Era mi deseo comprender qué hay detrás de la actitud “deshumanizada” (¿o acaso la más humanizada?): las de destrucción y abuso hacia las plantas, los animales, y aún las que consideramos no vivas: el agua, el aire.  ¿Qué sucede con los seres humanos para que deseen conquistar, controlar, modificar, destruir?  ¿De dónde viene esto?, ¿por qué nos comportamos así sin importar nacionalidad, cultura, etc.?  ¿Qué sucede con aquellos grupos humanos que viven en armonía con su entorno natural?

Todas estas preguntas me hacía y mi conclusión era que únicamente desde la Psicología podría comprender cómo el ser humano se relacionaba con el ambiente, con otros seres humanos, y con él mismo. Decidí entonces dejar la Biología por un tiempo y explorar la Psicología.  Después de muchos años de poner mi atención en el exterior, empecé a ponerla en el interior, con énfasis.  ¿Por qué soy como soy?, ¿por qué reacciono de diversas formas ante la vida, ante los demás?

Las lecturas relacionadas con el tema de la Psicología y la tan satanizada autoayuda empezaron a interesarme mucho, e inicié un proceso de desdoblamiento y autoconocimiento que ha durado los últimos 3 años (incluyendo depresión durante 1 año).  En este tiempo pude identificar que en mí la herida de humillación era la principal, y mi máscara era la del masoquista (sensu Lise Bourbeau, “Las 5 heridas que impiden ser uno mismo”, Ed. Diana), con un miedo terrible a la libertad y alta dificultad para decir “no”, entre muchas cosas más.  Esto me llevó a observar y cuestionar todas mis decisiones y mi manera de ser.   

Me enteré del Diplomado en Terapia Psicocorporal.  Al leer la definición y objetivos del diplomado, me pareció que era algo muy parecido a lo que yo estaba buscando.  Fue así como se inició mi incursión en un ejercicio de tipo psicológico-corporal.

martes, 7 de enero de 2014

Presentación del blog y autora

¡Hola!, bienvenid@ a mi blog personal sobre mi experiencia con la Terapia Psicocorporal.  Tengo 35 años y nunca había asistido a ninguna terapia psicológica antes.  Me consideraba una persona "sana" y lo suficientemente "inteligente" para "resolver" mis "asuntos" de forma autónoma.  Fue debido a algunos vericuetos del destino que inicié un diplomado en Terapia Psicocorporal, en un grupo de aprox. 20 personas.  Junto con el diplomado, inicié terapias individuales con una terapeuta especializada en esta técnica. Ha sido tan impresionante la experiencia para mí, que me pareció buena idea registrarla en este blog, con el fin de yo misma poder dar seguimiento a los sutiles y grandes cambios que van ocurriendo en mí, y para compartirla con quién guste, esperando le pueda ser útil e interesante esta información.  Así que, de nuevo, ¡bienvenid@s y adelante!