domingo, 11 de mayo de 2014

Reflexiones a casi 1 año de tomar Terapia Psicocorporal


"Si crees que estás iluminado, pasa con tu familia 2 semanas" - Ram Dass


Durante estos pasados 6 meses, he experimentado nuevos estados emocionales que no había experimentado nunca antes.  Me he encontrado, por momentos, calmada, en paz, capaz de observar la vida, no desde una posición indiferente hacia los acontecimientos o las personas, sino desde un lugar nuevo que se podría describir como “tranquilidad empática”.  Estos han sido momentos muy agradables.  También he tenido otros momentos de agitación y desesperación, como antes, como siempre, sin embargo, algo novedoso ha sido que he podido observar estos estados con mayor claridad que antes, y –aunque no he logrado detenerme en la inercia de las acciones desesperadas- he logrado observarlas y nombrarlas.  Así, siento que he aumentado mi capacidad de auto observación y esto me ha traído muchos nuevos descubrimientos.

Durante varios meses he percibido que no siento amor por nadie ni por nada.  Al ahondar en mi caracterología, vi todos los mecanismos que utilizo para atraer o acercarme a las personas pero en mi interior no sentía una traza de amor, simplemente conveniencia, necesidad de no estar sola, de tener el control, de ser aceptada, etc.  Con mi terapeuta individual pude observar esto más de cerca y ella me hizo notar que quizá mi forma de amar estaba todavía mezclada con otras estrategias para llamar la atención, pero que sí había amor dentro de mí, aunque yo no lo sentía.  Así que durante estos meses observé lo que yo misma llamo mi “amor rústico”, y pude ver claramente cómo detrás de mis gestos de “amor” había en realidad necesidad de aplastar al otro, ser mirada, de tener el control, de ser aplaudida, etc.  De aparecer ante los demás como mejor que ellos.  Y lo mismo me sucedía con la compasión, no sentía compasión alguna por nada ni por nadie.  Ni siquiera estaba segura de haber sentido compasión alguna vez en mi vida.  Todas mis acciones “amorosas” y “compasivas” venían de mi intelecto, pero no de mis emociones.

A medida que fueron transcurriendo las sesiones de terapia y el diplomado, pude sentir que ese amor rústico iba muy lenta y silenciosamente sufriendo una metamorfosis, y, sin yo hacer demasiado al respecto, sino que ocurriendo de forma independiente a mi voluntad, se convertía en un amor (más o menos) desinteresado, libre, más relajado, que ama y ya, que no pide más.  Esto fue por algunos momentos breves.  En cuanto a la compasión, empiezo a tener las primeras impresiones de cómo se siente.

Quizá recientemente es cuando más claramente me he dado cuenta que todo lo que rechazo en otros está en mí también.  Cuando algo de los demás me irrita, molesta, duele, enfurece, si miro detenida y profundamente, encuentro eso mismo dentro de mí misma, operando silenciosamente, y -aparentemente- desde un lugar profundo y "diferente" del que observo en mi interlocutor.  Más no es así.  Eso que veo en el otro que me está desquiciando, también está adentro de mí tal cual, no hay nadie "adelante" ni nadie "atrás" en el estado de consciencia.  Pero a mí me gusta creer que "no soy así", o que en mí "no es igual".  No hay argumento que valga.  Simplemente, el que algo en la actitud de alguien más me incomode es la evidencia irrefutable de que eso habita en mí indudablemente. De otra forma, no reaccionaría yo con ninguna emoción rabiosa, simplemente dejaría pasar la actitud del otro, no de forma indiferente, sino emanando natural y graciosamente, emociones no corrosivas.  Todavía no estoy tan “avanzada” o “abierta” como para comprender al otro, ser compasiva con él, perdonarle, aceptarle, y mucho menos para reconocer que yo habría hecho lo mismo o algo parecido.  Me sigo valiendo del desprecio para siempre quedar arriba de los demás.

Este semestre experimenté los módulos de Masoquismo y Psicopatía y me vi claramente identificada en ambas defensas de carácter.  La psicopatía la siento como mi parte “fuerte”, lo que me permite “avanzar” en la vida, lo que uso para “salir adelante”, mientras que el masoquismo es mi parte “débil”, la parte que uso para hacerme la víctima, la parte en la que yo misma me hago mala publicidad ante mí misma.  Tuve una sensación escalofriante durante los ejercicios de psicopatía, al percibir que “eso nunca iba a cambiar dentro de mí”.  Sentí que había tocado un fondo muy profundo y que éste era inmutable, y que debajo de éste no había nada.  Mi terapeuta individual me hizo notar que esa visión de “no hay remedio”, es también parte de la defensa de carácter, y que no había más que trabajar con esas defensas de carácter y ver qué sucedía a medida que avanzaba el proceso.

También fue durante este semestre que tuve una experiencia con Ayahuasca, fue muy profundo e interesante.  Mi intención durante la experiencia fue ver mi sombra tal cual, y así la Ayahuasca me mostró sin maquillaje alguno mi control hacia todo y todos, mi soberbia, mi sadismo, mi gusto por someter al que concibo como más débil que yo, mi juicio permanente e implacable.  Fue una experiencia muy intensa y rica en información y descubrimientos. Observar mi sombra en ese formato fue algo escalofriante pero desmitificante y hasta divertido.  La Ayahuasca también se encargó de recordarme sin diplomacia alguna que mi amor es prácticamente inexistente, sin embargo me invitó a buscar un equilibrio siempre en la vida y las emociones.  En ese equilibrio el juicio hacia mi forma de amar no podía ser aniquilante, sino había que soltar un poco y dejar que estas estrategias de supervivencia ocurrieran sin mayor etiqueta de mi parte. Simplemente observarlas.  Esto es algo que me sigue costando trabajo y que observo también.

Finalmente quiero compartir que otro de los descubrimientos recientes y que se encuentra tomando claridad y fuerza actualmente es que “vivo” o “siento” desesperación en muchos momentos (y en los que no la siento, casi no me doy cuenta de que no la siento).  Esta desesperación se puede traducir como la sensación de que “no hay tiempo suficiente”, “tengo que hacerlo rápido”, “tengo que pasar a lo siguiente”.  Es una sensación tan profunda y automática que nunca en mi vida la había notado con tal contundencia.  Ahora, hasta en el más mínimo evento y detalle, me doy cuenta de que ahí está.  Esa sensación de no poderme detener, de tener prisa siempre, de no encontrarme en el presente nunca. Aun cuando en mi mente consciente me encuentre experimentando el presente y me sienta muy –eso- presente, feliz. Por dentro, profundamente, siento que el tiempo vuela, que no alcanza para nada, que no rinde, que me agoto, que todo tarda demasiado, que todo cuesta trabajo, que todo tiene que llegar antes de lo previsto, que hay que partirse en mil pedazos para “aprovechar” el tiempo, que hay mil pendientes que resolver, que todo está atrasado, que la vida se ha ido volando.  Sólo tengo una palabra ante estas sensaciones: guau.  Me quedo atónita de observar esto.  Es como si observara por primera vez el papel tapiz de la habitación en la que llevo metida 36 años.

viernes, 2 de mayo de 2014

El Masoquista

Llegamos a la herida de humillación, la que provoca la defensa de carácter masoquista.  El niño que sufre humillación es señalado por sus padres (principalmente la madre) como "sucio", "cochino", "ridículo", etc. La madre lo humilla de múltiples formas, tal vez verbales, tal vez no verbales.  El niño se siente humillado, pero no puede rechazar a la madre porque de ella obtiene lo que necesita para sobrevivir, así que se acostumbra a "aguantar" las humillaciones que recibe, al grado de que se siente plenamente identificado con los calificativos contenidos en las humillaciones.

Al masoquista le cuesta mucho trabajo decir "no" a alguien o a algo porque siente que si dice no, será rechazado, y éste es su miedo más grande.  Suelen ser personas de gran tamaño y peso, que fácilmente suben de peso, los típicos "gorditos buena onda".   El masoquista tiene muy poca voluntad, su voluntad fue anulada por el trato castrante de la madre.  No puede pararse a apagar la televisión, prefiere quedarse dormido con ésta encendida.  No puede cambiar el rollo de papel de baño.  Es desidioso.  Sin embargo, tras esa actitud conformista y estática, existe alguien muy enojado, una rabia muy profunda que se ha guardado en el cuerpo y que es necesario sacar para abordar la herida de humillación.

He realizado varios ejercicios para tocar la herida masoquista durante la terapia.  Han sido durante la terapia en grupo y con la participación y apoyo de muchas personas. No es fácil tocar la herida de humillación, está oculta profundamente y sobre ella se construye una artillería difícil de penetrar (tal como la gruesa piel, grasa y músculo del masoquista). Cuando he logrado tocarla, la sensación es terriblemente dolorosa. En mi caso, la he percibido como mi necesidad de ser amada y cuidada, y en cambio recibir dureza, "orden", rigidez y forzamiento.  Finalmente, la necesidad de fluir, la alegría de amar, la posibilidad de encontrar refugio en la madre, quedan suplantados por la fría, entrometida e invasora actitud de ella. 


miércoles, 5 de marzo de 2014

Enfrentando la vulnerabilidad y el miedo

Conforme vamos avanzando en los ejercicios, voy encontrando un patrón consistente en mí y en mi forma de ser: evito a toda costa mostrarme vulnerable ante mí y ante los demás.  Vaya, casi ni sé cómo "estar en la vulnerabilidad".  Me cuesta mucho "quedarme ahí", sintiéndola.  Mi cuerpo todo se tensa y mi mente se pone en marcha para buscar una salida, mis emociones están censuradas y se activa todo un mecanismo de sentirme "fuerte".  Se desata mi necesidad de control y autocontrol y el placer se hace imposible.  Nunca antes noté todos estos mecanismos.

lunes, 3 de marzo de 2014

La herida de abandono

Realizamos un ejercicio para tocar nuestra herida de abandono.  Durante el ejercicio, los que éramos "bebés" yacíamos en el suelo mientras las "mamás" charlaban entre ellas o hacían otras cosas.  Los bebés teníamos que llamar a mamá cuanto pudiéramos, llamarla para que viniera a satisfacernos, a amarnos.  Empecé suavemente a llamar a mamá y no sentí gran impacto, sin embargo, a medida que la llamaba, me daba cuenta de la indefensión del bebé cuando llora llamando a su madre, cómo, con todo su cuerpo, se crispa, se irrita, se deshace la garganta tratando de obtener lo que necesita, lo que le garantiza la vida.  Pude entonces contactar con esa emoción de indefensión absoluta, de frustración, ¡de enojo!!!, un enojo muy animal y primario, el enojo de un bebé que no es atendido.  Mi mamá llegó a atenderme y me acunó, pero mi "hambre", mi necesidad, era muy grande, mucho muy grande, mi mamá no me consolaba, el cosmos no me consolaba, el vacío era mucho. 

Este ejercicio me reveló cómo en muchas ocasiones soy incapaz de "saciarme" con lo que la vida me ofrece. La idea de que siempre "falta" algo, de que "no es suficiente", mi relación con la comida, la dificultad con la que me siento satisfecha en la vida. Las siguientes semanas sentí mucha hambre todo el tiempo, y, aunque comía bien, rápidamente regresaba esta sensación de no estar saciada.  Conforme lo hice consciente, esta sensación fue disminuyendo.

La capacidad de "tomar"

Durante el módulo en que abordamos la herida de abandono, tuve una experiencia muy fuerte con un ejercicio. Durante el ejercicio teníamos que trabajar con un compañero.  Primero, el compañero tomaba el cojín y no nos permitía tomarlo, nosotros teníamos que luchar por conseguirlo. Durante la segunda parte, el compañero nos daba el cojín y nosotros teníamos que rechazarlo, decir que no lo queríamos.  Estos ejercicios se relacionan con la capacidad que tenemos de "tomar" y saciarnos.

Mientras yo rechazaba el cojín, la facilitadora me sugirió tomarlo y golpear en el suelo con él mientras gritaba "no lo quiero".  Así lo hice repetidas ocasiones.  Contacté una emoción muy profunda y dolorosa.  Una sensación de rechazo al mundo entero, un rechazo sostenido por el enojo.  Un enojo muy profundo. Un enojo relacionado con "tú no estuviste para mí, no quiero nada de ti".  Grité con todas mis fuerzas y toda mi ira.  Al terminar el ejercicio me senté un momento, sudando, muy alterada.  Me di cuenta de que me había manchado de sangre, por mi período, y me dirigí al baño, tuve que cambiarme de ropa y lavar mis pantalones, como no tenía otros, me los puse húmedos. Regresé al salón y me quedé de pie sintiéndome fatal por el ejercicio y el período.  Esa misma tarde me inició una infección urinaria que me duraría dos semanas. No se me quitó más que con antibiótico.

Algunas semanas después me di cuenta de que ese ejercicio me había alterado considerablemente.  Me había revelado que, mi soledad, la vida como la vivo, sola, está sostenida por enojo en gran proporción, no por gusto de vivir sola, aunque así lo aparento.

Fue curioso lo que siguió al ejercicio, pues varias semanas después empecé a disfrutar mi soledad profundamente, y a encontrarme más llena y plena en mis horas de silencio.  Parecía que ese enojo que sostenía mi soledad había sido integrado a mi ser en forma de aceptación y, valga la expresión, "resignación positiva" (algo así como una rendición sanadora que se convierte en una alegría al dejar de oponerse), y ahora me permitía disfrutar mi vida sin la sensación de pérdida o ser víctima.  ¡¡Un efecto muy poderoso e inmediato!!

Trabajando con la descarga

Durante la siguiente sesión de terapia individual, llegué dispuesta a expresar mi enojo por aquella amistad que terminó para mi descontento.  Pude expresar.  La terapeuta me invitó a agregar la frase “no eres mejor que yo” mientras golpeaba con el tubo.  Esto me fue totalmente innovador respecto a aquella amistad perdida y la forma en que yo veía a esa persona.  Me fue tan innovador que de cierta forma el rompimiento me incomodó menos, me dolió menos.  Intenté con otras frases como “me lastimaste”, “confié en ti”.  Sin embargo “no eres mejor que yo” fue por mucho la que me dio más alivio, sentí que recuperaba una parte de mí, un poder interior, una seguridad y un silencio de satisfacción.

La terapeuta me hizo ver que yo había cedido algo de mí, permitiendo que esa persona abusara de mí.  Conozco bien esa sensación, por más sutilmente que se oculte entre los acontecimientos de la vida diaria. No es la primera vez que coloco a una persona/situación/cosa en un lugar inalcanzable, perfecto, sagrado, y cuando las cosas toman la dimensión imperfecta que tienen, siento una decepción y dolor profundos, como haber perdido algo perfecto, algo irremplazable.  Pero ahora entiendo que eso es una construcción mía.  Nada es perfecto ni imperfecto, las personas tampoco, todo: cosas, personas, eventos, simplemente SON.

"Ahora pertenezco y está bien"

Por fin sentí que aprovechaba y disfrutaba el 5° módulo del diplomado en Terapia Psicocorporal. Realizamos un ejercicio poderoso que nos remonta a la herida de rechazo.

Un compañero es "el bebé" y otro es "la mamá". El bebé yace en el suelo en posición fetal.  La facilitadora nos lleva a través del tiempo hacia el pasado, hacia el vientre materno.  Estamos ahí, completamente vulnerables y pequeños.  Entonces, la madre empieza a decir en voz alta todos los pensamientos que pasan por su mente acerca de por qué NO tener este bebé. El miedo, la duda, los conflictos familiares, la ruptura con la pareja, la identidad del padre, la edad de la madre, en fin, un sinnúmero de factores, pueden hacer que la madre piense que no está segura de querer dar la bienvenida a este bebé.  El compañero que es bebé simplemente escucha los pensamientos de su madre.  Es muy intenso y poderoso el ejercicio, pues uno contacta con la sensación de estar amenazado de muerte e indefenso.

Pude involucrarme con los ejercicios y conectar con emociones profundas.  Pude contactar con la compasión hacia quién se siente rechazado.  Me di cuenta de cuánto me cuesta sentir auténtica compasión, a pesar de que en mis prácticas espirituales se menciona y se repite continuamente la importancia de sentir compasión hacia todo y todos al meditar.  Me dio gusto aprender esto sobre mí.  Me gustaron mucho los ejercicios para contactar con el rechazo, así como el parto y la llegada del bebé (otro ejercicio).  Pude ver a mi madre desde otro punto de vista.  Esto tuvo un efecto muy positivo en mi vida personal actual, en particular en la relación con ella.

Ahora estoy consciente de que mi madre me dio la vida, haya sido bajo las circunstancias que haya sido.  Si no hubiera sido porque ella lo hizo, yo no estaría viva.

Una de las frases para contrarrestar o neutralizar la herida de rechazo es "ahora pertenezco (a todo y todos), y está bien".

La primera vez que pude golpear para "descargar"

Durante la terapia individual la terapeuta me preguntó cómo me sentía.  Le relaté que en el diplomado otros habían ya golpeado con la raqueta y eso me había impresionado mucho.  Me explicó que eso era para sacar enojo y que era algo muy efectivo.  Yo seguía empecinada en que no sentía enojo alguno, y menos en esa sesión, pues se acercaba un viaje muy largo con mi pareja que me emocionaba mucho. Por ende, en ese momento dije que "me sentía feliz".  La terapeuta entonces, me invitó a expresar mis emociones positivas de ese momento, dando golpes sobre unos cojines, con un tubo de plástico rígido.  La sensación antes de iniciar fue vertiginosa, ¿qué pasaría si me veía ridícula?  Finalmente me obligué a hacerlo.  Mientras exclamaba mi felicidad gritando "¡soy feliz!!" y golpeaba, pasó por mi mente un pensamiento relámpago: “¿y si no estuviera golpeando de felicidad?”.  Fue brevísimo y no lo comenté en ese momento.  Mi sensación ante el pensamiento fue de un miedo muy grande, como si se revelara un secreto terrible.  Terrible, pero no fatal.  

Terminó la sesión y durante pocos días después de este primer ejercicio de golpes interactué con la realidad de una manera completamente diferente (y muy placentera): mi mente se había silenciado y mi cuerpo percibía las sensaciones acentuadas y vibrantes, como bajo el efecto de una droga.  Este efecto desapareció con los días y mi mente retomó el terreno.

sábado, 25 de enero de 2014

Mi verdadera máscara

Como mencioné en la entrada de La Máscara, durante aquel ejercicio yo pensé que lo que había impreso originalmente en mi cartulina (meditativa, profunda, pacífica, espiritual, etc.) NO era mi máscara, sino que mi máscara era autosuficiente, fuerte, alegre, etc.  Sin embargo, tras algunos meses de haber iniciado la terapia psicocorporal, me encontré en extremas dificultades para seguir con mi práctica espiritual.  No podía sentarme a meditar, hacer comunicaciones animales, sanación con onda theta, etc.

Me fui dando cuenta de que, en efecto, eso que yo había plasmado en la cartulina era en verdad mi máscara. Era eso tras lo que yo me ocultaba, algo distorsionado de la realidad.  Si puedo meditar, sí, pero no soy una meditadora profesional ni muy avanzada.  Sí puedo realizar comunicaciones animales, sí, pero no soy infalible y no siempre lo logro con éxito.  Si puedo ser profunda, sí, pero no soy únicamente profunda, también soy superficial.  Todo esto me cuesta aceptar.  Tengo miedo a la reprobación, al rechazo, a verme débil, a verme fallar.  A verme vulnerable.  Y con tal de no aparecer vulnerable ante mí ni ante nadie, monto esta máscara de "meditativa, profunda, espiritual".  Pero cuando se va cayendo la máscara, surge lo que hay debajo: enojo, simplemente enojo que necesita salir.

martes, 14 de enero de 2014

Primera vez en terapia psicocorporal individual

Los módulos del diplomado me dejaban cada vez más confundida y no sintiéndome bien precisamente.  Pensé que era urgente encontrar terapia individual y que alguien me ayudara a comprender qué estaba pasando, qué era todo esto de la terapia psicocorporal.  Encontré una terapeuta mujer cerca de dónde vivo.  Hice con ella una cita y me cayó muy bien al conocerla.  Una mujer atractiva, segura, clara y directa.  Me pareció muy inteligente.

Al relatarle el desarrollo del diplomado hasta ese momento, la terapeuta -además de escucharme pacientemente- me hizo caer en cuenta que, durante la última sesión del diplomado, yo no había sido capaz de expresar mi inconformidad, de decir a la facilitadora “eso que estás diciendo me molesta”, no fui capaz de expresar mi enojo.  También me dijo que para ella era esencial que la relación cliente-terapeuta fluyera de tal forma que yo pudiera expresarme con libertad y confianza durante la terapia.  Las sensaciones de estar en un lugar pequeño, cerrrado, contenida, con una sola persona, para escudriñar mi ser inferior me parecieron más agradables que las de los ejercicios del diplomado, sin embargo, aún me parecía que si yo “estallaba” en golpes, gritos, o llanto, me vería ridícula, débil, deficiente, etc. 

La terapeuta me invitó a notar en mi cuerpo las sensaciones que se presentaban cuando mencionaba a algún hecho particular como éste último.  Pude entonces notar que sentía un profundo miedo, que hacía mi corazón latir más rápido y mi respiración acortarse, simplemente al hablar de ciertos eventos/personas.  Mi cuerpo expresaba cosas que yo no lograba decir.  Mi discurso y mis sensaciones no eran concordantes.  Mi discurso sostenía mi máscara.

lunes, 13 de enero de 2014

La herida de rechazo

Asistí al 4° módulo del diplomado.  Durante el ejercicio dónde debíamos actuar la situación en que vivimos rechazo (yo nombré el rompimiento reciente de una amistad que me era muy preciada), no logré contactar con ninguna emoción, estaba como zombie. La facilitadora en ese momento me indicó “salte de la máscara”, lo cual me sorprendió pues no pensé que uno pudiera “estar dentro de ella” y salirse a voluntad. Lo cierto es que yo no sabía en ese momento que estaba dentro de la máscara o cómo salirme, todavía la vivía subconscientemente.  Su tono de reproche también me irritó.  Sin embargo en estos momentos de irritación pude notar cómo en mí se encendía una sensación de victimismo, como si me estuvieran maltratando y yo estuviera indefensa.   Esta sensación es muy profunda y no la vivo con regularidad. Lo que sí vivo con regularidad es el rechazo a personas que pretenden ser las víctimas.  Un reflejo de mi propia reacción.  Más tarde descubí por qué me irritaba tanto que otros se presentaran como víctimas.  Fue a través del ejercicio de la herida de abandono.    

domingo, 12 de enero de 2014

Mi primer "quiebre"

Durante el ejercicio de comportarnos como niños que se enojan, y un compañero tomar el papel de nuestros padres que no nos permiten enojarnos, contacté con las emociones depresivas de agotamiento (por sostener la máscara de todo-poderosa) e impotencia (por no sentirme libre). La emoción llegó lentamente a mi cuerpo, después de golpear con un cojín el suelo en repetidas ocasiones y repetir "ya no quiero, estoy agotada".  Sentí la agobiante tristeza de ya no poder más, de estar completamente rendida y sentir que nada tiene remedio: la depresión.  Empecé a llorar profusamente, pero frustrada, sin alivio.  La facilitadora me provocó con un "¡salte del drama!", que me irritó, aunque no pude expresar esta irritación.

Después, dos compañeros tomaron el lugar de mis padres frente a mí.  La facilitadora me sugirió una frase para mis padres: “prefiero morirme a no cumplir con sus expectativas”.  Lo dije sumida en un llanto muy profundo y desgarrador, pero aún un llanto lleno de lástima hacia mí misma y hacia "lo que no pudo ser" (más tarde aprendería que esta sensación de lástima y "tristeza" es en realidad un gran enojo que no se expresa explosivamente, sino destructivamente y silenciosamente).  Esta frase me impactó fuertemente.  Ésa era la esencia de mi depresión.  Durante este ejercicio me sentí muy vulnerable y me molestaron un par de comentarios de la facilitadora también.   No me sentí enojada, me sentí ofendida.  Sólo posteriormente me di cuenta de que mecánicamente reprimía mi enojo bajo la tristeza o depresión.  Prefería ser la víctima, a ser la mala del cuento.

sábado, 11 de enero de 2014

El subconsciente - de lo que no nos damos cuenta

Durante el módulo 2, realizamos un ejercicio dónde elegíamos papeles de colores que estaban tirados en el piso.  Al ver un color que nos atraía, debíamos pararnos sobre el papel. Posteriormente, volteábamos el papel y leíamos una palabra escrita al reverso.  Realizamos el ejercicio 3 veces, para encontrar 3 palabras.  Las palabras que encontré bajo los papeles (cuyos colores encontré hermosos, ¡oh dios!) fueron: agresivo, inocente y depresivo.  Cuando tuvimos que actuar de acuerdo a nuestros papeles, me sentí incómoda al ser agresiva, auténtica al ser inocente, y agotada al ser depresiva.  Sin embargo, cuando fue la segunda ronda de actuación, cuando pasé de depresiva a agresiva, sólo puedo resumir en una palabra cómo me sentí: VIVA, llena de energía.  

Este ejercicio me ayudó a observar cómo cada emoción me llevaba a un estado energético diferente, y me percibí desbalanceada en mis emociones. Mostrarme dura, encabronada (perdón), era para mí tener más energía que cuando me mostraba triste, deprimida.  También relacioné estos estados emocionales con mi infancia (inocente), adolescencia (agresivo) y adultez (depresivo). 

viernes, 10 de enero de 2014

La máscara

En terapia grupal, realizamos un ejercicio dónde se pretendía develar la máscara que usamos.  Para ello, plasmamos en una cartulina una imagen o recorte de revista que simbolizara cómo nos gustaría que los demás nos vieran.  Caminamos con nuestra cartulina por el salón, y al encontrar otro compañero, le decíamos: “Así quiero que me veas, y si no me ves así, me enojo, y cuando me enojo _______.”, y debíamos completar la frase.  Me di cuenta que yo plasmé en mi cartulina lo que veo como mi parte más evolucionada, luminosa, según yo, ésa no era mi máscara, era algo genuino.  

Un tiempo después identifiqué otras características, más mimetizadas en mí, tanto, que a veces ya ni las noto, que sí son parte de mi bien pegada máscara: fuerte, autosuficiente, eficiente, en control.  Éstos son los atributos que uso para protegerme del mundo, y los que me causa mucho malestar que se descubran como falsos.  ¿Pero dónde estaba quedando la parte del enojo?  Me costó mucho completar la oración.  Aún no conectaba con un enojo reprimido profundo.  Pero lo que sí podía ver claramente era otra emoción negativa y poderosa: el miedo.

De las máscaras “amor”, “poder” y “serenidad” me identifiqué con el amor y la serenidad principalmente.  De los patrones negativos “yo soy mejor” (orgullo), “tiene que ser como yo digo” (voluntarismo) y “sólo yo lo hago bien” (confianza), me identifiqué con el voluntarismo.  Durante ese módulo identifiqué mi máscara como el amor – serenidad, y mi ser inferior como el miedo.  Sin embargo, los ejercicios me seguían pareciendo inútiles, hasta quizá dañinos, e innecesarios.

Durante el tercer módulo me agradó que estudiáramos un poco la teoría.  No me agradaba el hecho de realizar los ejercicios y posteriormente no comprender qué se había intentado lograr con ellos, cómo se estructuraban, etc. (mi afán de control, probablemente).  En la lectura que nos tocó presentar, Keleman, me pareció sumamente interesante cómo el cuerpo reaccionaba, desde su nivel celular o inferior, a los estímulos exteriores, guardando en una memoria corporal todas las experiencias desde la gestación e incluyendo la infancia.  El cuerpo, entonces, no miente, pensé.  Si hay cosas que yo no logro sacar, mi cuerpo lo dirá por mí.  Recordemos que el cuerpo nunca miente, en su forma, constitución, postura, movimiento, etc.

jueves, 9 de enero de 2014

La resistencia a mirar el interior

Durante los primeros tres módulos del diplomado que curso sentí que no podía involucrarme con las dinámicas y los temas al 100%.  Me costó realizar los ejercicios y creer que se estaba haciendo algo útil o productivo, o que serviría para algo, o que revelaría algo, porque lo que resultaba de los ejercicios me dolía emocionalmente (¡y a veces también físicamente!).  Veía a la gente llorar y gritar, pegar, desvanecerse en el piso, y todo esto me parecía extraño y que yo no tendría la "necesidad" de experimentar algo así. 

Durante mi infancia, recuerdo que no me estaba permitido hacer aspavientos, levantar la voz, enojarme o reclamar algo.  Todo esto era para mí "prohibido", "censurado", y aquellos niños/personas que mostraran esta conducta eran desacreditados por mis padres.  Así fui construyendo una aversión al conflicto, al enojo, al reclamo.  Sin embargo, ese enojo se fue reprimiendo dentro de mí, no se fue "solucionando", como yo quería creer.

Durante el primer módulo dibujamos una silueta de nuestro cuerpo completo y relatamos nuestra historia en ella.  Al momento de intercambiar con el grupo, se me dijo que de pequeña seguramente no se me había permitido expresar el enojo.  Esto me sonó totalmente nuevo.  Jamás me imaginé que esto fuera para mí “un problema”.  “Pero no me siento enojada, me siento feliz”, fue lo que respondí en varias ocasiones, “todo se ha ido resolviendo en mi vida”, “acepto mi vida tal cual es”, “estoy conociéndome más a mí misma y avanzando en los temas que me apasionan”.  Éstas eran las respuestas que se me ocurrían.

miércoles, 8 de enero de 2014

Antecedentes

Estudié Biología porque quería conocer “todo lo que existía sin ayuda del hombre”, intentando acercarme a lo más fundamental de la existencia materialmente visible.  Mi segunda y tercera opciones de estudios eran Psicología y Filosofía.  Después de muchos años de estudio y experiencia profesional, fui concluyendo que es el ser humano quién decide sobre los recursos naturales, muchas veces para su detrimento.  Esto nos ha llevado a un estado ambiental crítico.  Sorprendentemente, el ser humano se ve directamente afectado por el deterioro ambiental, y de formas no sutiles.  

¿Por qué entonces continúa la trayectoria de “progreso” y consumo sin darnos cuenta de que esto no es en absoluto aquello, sino un camino que se va angostando hasta que las opciones sean tan reducidas que las decisiones sean forzadas?, me preguntaba.  Mi  inquietud por la Psicología tomaba fuerza.  Era mi deseo comprender qué hay detrás de la actitud “deshumanizada” (¿o acaso la más humanizada?): las de destrucción y abuso hacia las plantas, los animales, y aún las que consideramos no vivas: el agua, el aire.  ¿Qué sucede con los seres humanos para que deseen conquistar, controlar, modificar, destruir?  ¿De dónde viene esto?, ¿por qué nos comportamos así sin importar nacionalidad, cultura, etc.?  ¿Qué sucede con aquellos grupos humanos que viven en armonía con su entorno natural?

Todas estas preguntas me hacía y mi conclusión era que únicamente desde la Psicología podría comprender cómo el ser humano se relacionaba con el ambiente, con otros seres humanos, y con él mismo. Decidí entonces dejar la Biología por un tiempo y explorar la Psicología.  Después de muchos años de poner mi atención en el exterior, empecé a ponerla en el interior, con énfasis.  ¿Por qué soy como soy?, ¿por qué reacciono de diversas formas ante la vida, ante los demás?

Las lecturas relacionadas con el tema de la Psicología y la tan satanizada autoayuda empezaron a interesarme mucho, e inicié un proceso de desdoblamiento y autoconocimiento que ha durado los últimos 3 años (incluyendo depresión durante 1 año).  En este tiempo pude identificar que en mí la herida de humillación era la principal, y mi máscara era la del masoquista (sensu Lise Bourbeau, “Las 5 heridas que impiden ser uno mismo”, Ed. Diana), con un miedo terrible a la libertad y alta dificultad para decir “no”, entre muchas cosas más.  Esto me llevó a observar y cuestionar todas mis decisiones y mi manera de ser.   

Me enteré del Diplomado en Terapia Psicocorporal.  Al leer la definición y objetivos del diplomado, me pareció que era algo muy parecido a lo que yo estaba buscando.  Fue así como se inició mi incursión en un ejercicio de tipo psicológico-corporal.

martes, 7 de enero de 2014

Presentación del blog y autora

¡Hola!, bienvenid@ a mi blog personal sobre mi experiencia con la Terapia Psicocorporal.  Tengo 35 años y nunca había asistido a ninguna terapia psicológica antes.  Me consideraba una persona "sana" y lo suficientemente "inteligente" para "resolver" mis "asuntos" de forma autónoma.  Fue debido a algunos vericuetos del destino que inicié un diplomado en Terapia Psicocorporal, en un grupo de aprox. 20 personas.  Junto con el diplomado, inicié terapias individuales con una terapeuta especializada en esta técnica. Ha sido tan impresionante la experiencia para mí, que me pareció buena idea registrarla en este blog, con el fin de yo misma poder dar seguimiento a los sutiles y grandes cambios que van ocurriendo en mí, y para compartirla con quién guste, esperando le pueda ser útil e interesante esta información.  Así que, de nuevo, ¡bienvenid@s y adelante!