"Si crees que estás iluminado, pasa con tu familia 2
semanas" - Ram Dass
Durante estos pasados 6 meses, he experimentado nuevos estados emocionales
que no había experimentado nunca antes.
Me he encontrado, por momentos, calmada, en paz, capaz de observar la
vida, no desde una posición indiferente hacia los acontecimientos o las personas,
sino desde un lugar nuevo que se podría describir como “tranquilidad empática”. Estos han sido momentos muy agradables. También he tenido otros momentos de agitación
y desesperación, como antes, como siempre, sin embargo, algo novedoso ha sido
que he podido observar estos estados con mayor claridad que antes, y –aunque no
he logrado detenerme en la inercia de las acciones desesperadas- he logrado
observarlas y nombrarlas. Así, siento
que he aumentado mi capacidad de auto observación y esto me ha traído muchos
nuevos descubrimientos.
Durante varios meses he percibido que no siento amor por nadie ni
por nada. Al ahondar en mi
caracterología, vi todos los mecanismos que utilizo para atraer o acercarme a
las personas pero en mi interior no sentía una traza de amor, simplemente
conveniencia, necesidad de no estar sola, de tener el control, de ser aceptada,
etc. Con mi terapeuta individual pude
observar esto más de cerca y ella me hizo notar que quizá mi forma de amar
estaba todavía mezclada con otras estrategias para llamar la atención, pero que
sí había amor dentro de mí, aunque yo no lo sentía. Así que durante estos meses observé lo que yo
misma llamo mi “amor rústico”, y pude ver claramente cómo detrás de mis gestos
de “amor” había en realidad necesidad de aplastar al otro, ser mirada, de tener
el control, de ser aplaudida, etc. De
aparecer ante los demás como mejor que ellos.
Y lo mismo me sucedía con la compasión, no sentía compasión alguna por
nada ni por nadie. Ni siquiera estaba
segura de haber sentido compasión alguna vez en mi vida. Todas mis acciones “amorosas” y “compasivas”
venían de mi intelecto, pero no de mis emociones.
A medida que fueron transcurriendo las sesiones de terapia y el
diplomado, pude sentir que ese amor rústico iba muy lenta y silenciosamente sufriendo
una metamorfosis, y, sin yo hacer demasiado al respecto, sino que ocurriendo de
forma independiente a mi voluntad, se convertía en un amor (más o menos) desinteresado,
libre, más relajado, que ama y ya, que no pide más. Esto fue por algunos momentos breves. En cuanto a la compasión, empiezo a tener las
primeras impresiones de cómo se siente.
Quizá recientemente es cuando más claramente me he dado cuenta que
todo lo que rechazo en otros está en mí también. Cuando algo de los demás
me irrita, molesta, duele, enfurece, si miro detenida y profundamente, encuentro
eso mismo dentro de mí misma, operando silenciosamente, y -aparentemente- desde
un lugar profundo y "diferente" del que observo en mi interlocutor.
Más no es así. Eso que veo en el otro que me está desquiciando,
también está adentro de mí tal cual, no hay nadie "adelante" ni nadie
"atrás" en el estado de consciencia. Pero a mí me gusta creer
que "no soy así", o que en mí "no es igual". No hay
argumento que valga. Simplemente, el que algo en la actitud de alguien
más me incomode es la evidencia irrefutable de que eso habita en mí
indudablemente. De otra forma, no reaccionaría yo con ninguna emoción rabiosa,
simplemente dejaría pasar la actitud del otro, no de forma indiferente, sino
emanando natural y graciosamente, emociones no corrosivas. Todavía no estoy
tan “avanzada” o “abierta” como para comprender al otro, ser compasiva con él,
perdonarle, aceptarle, y mucho menos para reconocer que yo habría hecho lo
mismo o algo parecido. Me sigo valiendo
del desprecio para siempre quedar arriba de los demás.
Este semestre experimenté los módulos de Masoquismo y Psicopatía y
me vi claramente identificada en ambas defensas de carácter. La psicopatía la siento como mi parte
“fuerte”, lo que me permite “avanzar” en la vida, lo que uso para “salir
adelante”, mientras que el masoquismo es mi parte “débil”, la parte que uso
para hacerme la víctima, la parte en la que yo misma me hago mala publicidad
ante mí misma. Tuve una sensación
escalofriante durante los ejercicios de psicopatía, al percibir que “eso nunca
iba a cambiar dentro de mí”. Sentí que
había tocado un fondo muy profundo y que éste era inmutable, y que debajo de
éste no había nada. Mi terapeuta
individual me hizo notar que esa visión de “no hay remedio”, es también parte
de la defensa de carácter, y que no había más que trabajar con esas defensas de
carácter y ver qué sucedía a medida que avanzaba el proceso.
También fue durante este semestre que tuve una experiencia con
Ayahuasca, fue muy profundo e interesante.
Mi intención durante la experiencia fue ver mi sombra tal cual, y así la
Ayahuasca me mostró sin maquillaje alguno mi control hacia todo y todos, mi
soberbia, mi sadismo, mi gusto por someter al que concibo como más débil que
yo, mi juicio permanente e implacable.
Fue una experiencia muy intensa y rica en información y descubrimientos.
Observar mi sombra en ese formato fue algo escalofriante pero desmitificante y
hasta divertido. La Ayahuasca también se
encargó de recordarme sin diplomacia alguna que mi amor es prácticamente
inexistente, sin embargo me invitó a buscar un equilibrio siempre en la vida y
las emociones. En ese equilibrio el
juicio hacia mi forma de amar no podía ser aniquilante, sino había que soltar
un poco y dejar que estas estrategias de supervivencia ocurrieran sin mayor
etiqueta de mi parte. Simplemente observarlas.
Esto es algo que me sigue costando trabajo y que observo también.
Finalmente quiero compartir que otro de los descubrimientos
recientes y que se encuentra tomando claridad y fuerza actualmente es que
“vivo” o “siento” desesperación en muchos momentos (y en los que no la siento,
casi no me doy cuenta de que no la siento).
Esta desesperación se puede traducir como la sensación de que “no hay
tiempo suficiente”, “tengo que hacerlo rápido”, “tengo que pasar a lo
siguiente”. Es una sensación tan
profunda y automática que nunca en mi vida la había notado con tal
contundencia. Ahora, hasta en el más
mínimo evento y detalle, me doy cuenta de que ahí está. Esa sensación de no poderme detener, de tener
prisa siempre, de no encontrarme en el presente nunca. Aun cuando en mi mente
consciente me encuentre experimentando el presente y me sienta muy –eso-
presente, feliz. Por dentro, profundamente, siento que el tiempo vuela, que no
alcanza para nada, que no rinde, que me agoto, que todo tarda demasiado, que
todo cuesta trabajo, que todo tiene que llegar antes de lo previsto, que hay que
partirse en mil pedazos para “aprovechar” el tiempo, que hay mil pendientes que
resolver, que todo está atrasado, que la vida se ha ido volando. Sólo tengo una palabra ante estas
sensaciones: guau. Me quedo atónita de
observar esto. Es como si observara por
primera vez el papel tapiz de la habitación en la que llevo metida 36 años.