domingo, 11 de mayo de 2014

Reflexiones a casi 1 año de tomar Terapia Psicocorporal


"Si crees que estás iluminado, pasa con tu familia 2 semanas" - Ram Dass


Durante estos pasados 6 meses, he experimentado nuevos estados emocionales que no había experimentado nunca antes.  Me he encontrado, por momentos, calmada, en paz, capaz de observar la vida, no desde una posición indiferente hacia los acontecimientos o las personas, sino desde un lugar nuevo que se podría describir como “tranquilidad empática”.  Estos han sido momentos muy agradables.  También he tenido otros momentos de agitación y desesperación, como antes, como siempre, sin embargo, algo novedoso ha sido que he podido observar estos estados con mayor claridad que antes, y –aunque no he logrado detenerme en la inercia de las acciones desesperadas- he logrado observarlas y nombrarlas.  Así, siento que he aumentado mi capacidad de auto observación y esto me ha traído muchos nuevos descubrimientos.

Durante varios meses he percibido que no siento amor por nadie ni por nada.  Al ahondar en mi caracterología, vi todos los mecanismos que utilizo para atraer o acercarme a las personas pero en mi interior no sentía una traza de amor, simplemente conveniencia, necesidad de no estar sola, de tener el control, de ser aceptada, etc.  Con mi terapeuta individual pude observar esto más de cerca y ella me hizo notar que quizá mi forma de amar estaba todavía mezclada con otras estrategias para llamar la atención, pero que sí había amor dentro de mí, aunque yo no lo sentía.  Así que durante estos meses observé lo que yo misma llamo mi “amor rústico”, y pude ver claramente cómo detrás de mis gestos de “amor” había en realidad necesidad de aplastar al otro, ser mirada, de tener el control, de ser aplaudida, etc.  De aparecer ante los demás como mejor que ellos.  Y lo mismo me sucedía con la compasión, no sentía compasión alguna por nada ni por nadie.  Ni siquiera estaba segura de haber sentido compasión alguna vez en mi vida.  Todas mis acciones “amorosas” y “compasivas” venían de mi intelecto, pero no de mis emociones.

A medida que fueron transcurriendo las sesiones de terapia y el diplomado, pude sentir que ese amor rústico iba muy lenta y silenciosamente sufriendo una metamorfosis, y, sin yo hacer demasiado al respecto, sino que ocurriendo de forma independiente a mi voluntad, se convertía en un amor (más o menos) desinteresado, libre, más relajado, que ama y ya, que no pide más.  Esto fue por algunos momentos breves.  En cuanto a la compasión, empiezo a tener las primeras impresiones de cómo se siente.

Quizá recientemente es cuando más claramente me he dado cuenta que todo lo que rechazo en otros está en mí también.  Cuando algo de los demás me irrita, molesta, duele, enfurece, si miro detenida y profundamente, encuentro eso mismo dentro de mí misma, operando silenciosamente, y -aparentemente- desde un lugar profundo y "diferente" del que observo en mi interlocutor.  Más no es así.  Eso que veo en el otro que me está desquiciando, también está adentro de mí tal cual, no hay nadie "adelante" ni nadie "atrás" en el estado de consciencia.  Pero a mí me gusta creer que "no soy así", o que en mí "no es igual".  No hay argumento que valga.  Simplemente, el que algo en la actitud de alguien más me incomode es la evidencia irrefutable de que eso habita en mí indudablemente. De otra forma, no reaccionaría yo con ninguna emoción rabiosa, simplemente dejaría pasar la actitud del otro, no de forma indiferente, sino emanando natural y graciosamente, emociones no corrosivas.  Todavía no estoy tan “avanzada” o “abierta” como para comprender al otro, ser compasiva con él, perdonarle, aceptarle, y mucho menos para reconocer que yo habría hecho lo mismo o algo parecido.  Me sigo valiendo del desprecio para siempre quedar arriba de los demás.

Este semestre experimenté los módulos de Masoquismo y Psicopatía y me vi claramente identificada en ambas defensas de carácter.  La psicopatía la siento como mi parte “fuerte”, lo que me permite “avanzar” en la vida, lo que uso para “salir adelante”, mientras que el masoquismo es mi parte “débil”, la parte que uso para hacerme la víctima, la parte en la que yo misma me hago mala publicidad ante mí misma.  Tuve una sensación escalofriante durante los ejercicios de psicopatía, al percibir que “eso nunca iba a cambiar dentro de mí”.  Sentí que había tocado un fondo muy profundo y que éste era inmutable, y que debajo de éste no había nada.  Mi terapeuta individual me hizo notar que esa visión de “no hay remedio”, es también parte de la defensa de carácter, y que no había más que trabajar con esas defensas de carácter y ver qué sucedía a medida que avanzaba el proceso.

También fue durante este semestre que tuve una experiencia con Ayahuasca, fue muy profundo e interesante.  Mi intención durante la experiencia fue ver mi sombra tal cual, y así la Ayahuasca me mostró sin maquillaje alguno mi control hacia todo y todos, mi soberbia, mi sadismo, mi gusto por someter al que concibo como más débil que yo, mi juicio permanente e implacable.  Fue una experiencia muy intensa y rica en información y descubrimientos. Observar mi sombra en ese formato fue algo escalofriante pero desmitificante y hasta divertido.  La Ayahuasca también se encargó de recordarme sin diplomacia alguna que mi amor es prácticamente inexistente, sin embargo me invitó a buscar un equilibrio siempre en la vida y las emociones.  En ese equilibrio el juicio hacia mi forma de amar no podía ser aniquilante, sino había que soltar un poco y dejar que estas estrategias de supervivencia ocurrieran sin mayor etiqueta de mi parte. Simplemente observarlas.  Esto es algo que me sigue costando trabajo y que observo también.

Finalmente quiero compartir que otro de los descubrimientos recientes y que se encuentra tomando claridad y fuerza actualmente es que “vivo” o “siento” desesperación en muchos momentos (y en los que no la siento, casi no me doy cuenta de que no la siento).  Esta desesperación se puede traducir como la sensación de que “no hay tiempo suficiente”, “tengo que hacerlo rápido”, “tengo que pasar a lo siguiente”.  Es una sensación tan profunda y automática que nunca en mi vida la había notado con tal contundencia.  Ahora, hasta en el más mínimo evento y detalle, me doy cuenta de que ahí está.  Esa sensación de no poderme detener, de tener prisa siempre, de no encontrarme en el presente nunca. Aun cuando en mi mente consciente me encuentre experimentando el presente y me sienta muy –eso- presente, feliz. Por dentro, profundamente, siento que el tiempo vuela, que no alcanza para nada, que no rinde, que me agoto, que todo tarda demasiado, que todo cuesta trabajo, que todo tiene que llegar antes de lo previsto, que hay que partirse en mil pedazos para “aprovechar” el tiempo, que hay mil pendientes que resolver, que todo está atrasado, que la vida se ha ido volando.  Sólo tengo una palabra ante estas sensaciones: guau.  Me quedo atónita de observar esto.  Es como si observara por primera vez el papel tapiz de la habitación en la que llevo metida 36 años.

viernes, 2 de mayo de 2014

El Masoquista

Llegamos a la herida de humillación, la que provoca la defensa de carácter masoquista.  El niño que sufre humillación es señalado por sus padres (principalmente la madre) como "sucio", "cochino", "ridículo", etc. La madre lo humilla de múltiples formas, tal vez verbales, tal vez no verbales.  El niño se siente humillado, pero no puede rechazar a la madre porque de ella obtiene lo que necesita para sobrevivir, así que se acostumbra a "aguantar" las humillaciones que recibe, al grado de que se siente plenamente identificado con los calificativos contenidos en las humillaciones.

Al masoquista le cuesta mucho trabajo decir "no" a alguien o a algo porque siente que si dice no, será rechazado, y éste es su miedo más grande.  Suelen ser personas de gran tamaño y peso, que fácilmente suben de peso, los típicos "gorditos buena onda".   El masoquista tiene muy poca voluntad, su voluntad fue anulada por el trato castrante de la madre.  No puede pararse a apagar la televisión, prefiere quedarse dormido con ésta encendida.  No puede cambiar el rollo de papel de baño.  Es desidioso.  Sin embargo, tras esa actitud conformista y estática, existe alguien muy enojado, una rabia muy profunda que se ha guardado en el cuerpo y que es necesario sacar para abordar la herida de humillación.

He realizado varios ejercicios para tocar la herida masoquista durante la terapia.  Han sido durante la terapia en grupo y con la participación y apoyo de muchas personas. No es fácil tocar la herida de humillación, está oculta profundamente y sobre ella se construye una artillería difícil de penetrar (tal como la gruesa piel, grasa y músculo del masoquista). Cuando he logrado tocarla, la sensación es terriblemente dolorosa. En mi caso, la he percibido como mi necesidad de ser amada y cuidada, y en cambio recibir dureza, "orden", rigidez y forzamiento.  Finalmente, la necesidad de fluir, la alegría de amar, la posibilidad de encontrar refugio en la madre, quedan suplantados por la fría, entrometida e invasora actitud de ella. 


miércoles, 5 de marzo de 2014

Enfrentando la vulnerabilidad y el miedo

Conforme vamos avanzando en los ejercicios, voy encontrando un patrón consistente en mí y en mi forma de ser: evito a toda costa mostrarme vulnerable ante mí y ante los demás.  Vaya, casi ni sé cómo "estar en la vulnerabilidad".  Me cuesta mucho "quedarme ahí", sintiéndola.  Mi cuerpo todo se tensa y mi mente se pone en marcha para buscar una salida, mis emociones están censuradas y se activa todo un mecanismo de sentirme "fuerte".  Se desata mi necesidad de control y autocontrol y el placer se hace imposible.  Nunca antes noté todos estos mecanismos.

lunes, 3 de marzo de 2014

La herida de abandono

Realizamos un ejercicio para tocar nuestra herida de abandono.  Durante el ejercicio, los que éramos "bebés" yacíamos en el suelo mientras las "mamás" charlaban entre ellas o hacían otras cosas.  Los bebés teníamos que llamar a mamá cuanto pudiéramos, llamarla para que viniera a satisfacernos, a amarnos.  Empecé suavemente a llamar a mamá y no sentí gran impacto, sin embargo, a medida que la llamaba, me daba cuenta de la indefensión del bebé cuando llora llamando a su madre, cómo, con todo su cuerpo, se crispa, se irrita, se deshace la garganta tratando de obtener lo que necesita, lo que le garantiza la vida.  Pude entonces contactar con esa emoción de indefensión absoluta, de frustración, ¡de enojo!!!, un enojo muy animal y primario, el enojo de un bebé que no es atendido.  Mi mamá llegó a atenderme y me acunó, pero mi "hambre", mi necesidad, era muy grande, mucho muy grande, mi mamá no me consolaba, el cosmos no me consolaba, el vacío era mucho. 

Este ejercicio me reveló cómo en muchas ocasiones soy incapaz de "saciarme" con lo que la vida me ofrece. La idea de que siempre "falta" algo, de que "no es suficiente", mi relación con la comida, la dificultad con la que me siento satisfecha en la vida. Las siguientes semanas sentí mucha hambre todo el tiempo, y, aunque comía bien, rápidamente regresaba esta sensación de no estar saciada.  Conforme lo hice consciente, esta sensación fue disminuyendo.

La capacidad de "tomar"

Durante el módulo en que abordamos la herida de abandono, tuve una experiencia muy fuerte con un ejercicio. Durante el ejercicio teníamos que trabajar con un compañero.  Primero, el compañero tomaba el cojín y no nos permitía tomarlo, nosotros teníamos que luchar por conseguirlo. Durante la segunda parte, el compañero nos daba el cojín y nosotros teníamos que rechazarlo, decir que no lo queríamos.  Estos ejercicios se relacionan con la capacidad que tenemos de "tomar" y saciarnos.

Mientras yo rechazaba el cojín, la facilitadora me sugirió tomarlo y golpear en el suelo con él mientras gritaba "no lo quiero".  Así lo hice repetidas ocasiones.  Contacté una emoción muy profunda y dolorosa.  Una sensación de rechazo al mundo entero, un rechazo sostenido por el enojo.  Un enojo muy profundo. Un enojo relacionado con "tú no estuviste para mí, no quiero nada de ti".  Grité con todas mis fuerzas y toda mi ira.  Al terminar el ejercicio me senté un momento, sudando, muy alterada.  Me di cuenta de que me había manchado de sangre, por mi período, y me dirigí al baño, tuve que cambiarme de ropa y lavar mis pantalones, como no tenía otros, me los puse húmedos. Regresé al salón y me quedé de pie sintiéndome fatal por el ejercicio y el período.  Esa misma tarde me inició una infección urinaria que me duraría dos semanas. No se me quitó más que con antibiótico.

Algunas semanas después me di cuenta de que ese ejercicio me había alterado considerablemente.  Me había revelado que, mi soledad, la vida como la vivo, sola, está sostenida por enojo en gran proporción, no por gusto de vivir sola, aunque así lo aparento.

Fue curioso lo que siguió al ejercicio, pues varias semanas después empecé a disfrutar mi soledad profundamente, y a encontrarme más llena y plena en mis horas de silencio.  Parecía que ese enojo que sostenía mi soledad había sido integrado a mi ser en forma de aceptación y, valga la expresión, "resignación positiva" (algo así como una rendición sanadora que se convierte en una alegría al dejar de oponerse), y ahora me permitía disfrutar mi vida sin la sensación de pérdida o ser víctima.  ¡¡Un efecto muy poderoso e inmediato!!

Trabajando con la descarga

Durante la siguiente sesión de terapia individual, llegué dispuesta a expresar mi enojo por aquella amistad que terminó para mi descontento.  Pude expresar.  La terapeuta me invitó a agregar la frase “no eres mejor que yo” mientras golpeaba con el tubo.  Esto me fue totalmente innovador respecto a aquella amistad perdida y la forma en que yo veía a esa persona.  Me fue tan innovador que de cierta forma el rompimiento me incomodó menos, me dolió menos.  Intenté con otras frases como “me lastimaste”, “confié en ti”.  Sin embargo “no eres mejor que yo” fue por mucho la que me dio más alivio, sentí que recuperaba una parte de mí, un poder interior, una seguridad y un silencio de satisfacción.

La terapeuta me hizo ver que yo había cedido algo de mí, permitiendo que esa persona abusara de mí.  Conozco bien esa sensación, por más sutilmente que se oculte entre los acontecimientos de la vida diaria. No es la primera vez que coloco a una persona/situación/cosa en un lugar inalcanzable, perfecto, sagrado, y cuando las cosas toman la dimensión imperfecta que tienen, siento una decepción y dolor profundos, como haber perdido algo perfecto, algo irremplazable.  Pero ahora entiendo que eso es una construcción mía.  Nada es perfecto ni imperfecto, las personas tampoco, todo: cosas, personas, eventos, simplemente SON.

"Ahora pertenezco y está bien"

Por fin sentí que aprovechaba y disfrutaba el 5° módulo del diplomado en Terapia Psicocorporal. Realizamos un ejercicio poderoso que nos remonta a la herida de rechazo.

Un compañero es "el bebé" y otro es "la mamá". El bebé yace en el suelo en posición fetal.  La facilitadora nos lleva a través del tiempo hacia el pasado, hacia el vientre materno.  Estamos ahí, completamente vulnerables y pequeños.  Entonces, la madre empieza a decir en voz alta todos los pensamientos que pasan por su mente acerca de por qué NO tener este bebé. El miedo, la duda, los conflictos familiares, la ruptura con la pareja, la identidad del padre, la edad de la madre, en fin, un sinnúmero de factores, pueden hacer que la madre piense que no está segura de querer dar la bienvenida a este bebé.  El compañero que es bebé simplemente escucha los pensamientos de su madre.  Es muy intenso y poderoso el ejercicio, pues uno contacta con la sensación de estar amenazado de muerte e indefenso.

Pude involucrarme con los ejercicios y conectar con emociones profundas.  Pude contactar con la compasión hacia quién se siente rechazado.  Me di cuenta de cuánto me cuesta sentir auténtica compasión, a pesar de que en mis prácticas espirituales se menciona y se repite continuamente la importancia de sentir compasión hacia todo y todos al meditar.  Me dio gusto aprender esto sobre mí.  Me gustaron mucho los ejercicios para contactar con el rechazo, así como el parto y la llegada del bebé (otro ejercicio).  Pude ver a mi madre desde otro punto de vista.  Esto tuvo un efecto muy positivo en mi vida personal actual, en particular en la relación con ella.

Ahora estoy consciente de que mi madre me dio la vida, haya sido bajo las circunstancias que haya sido.  Si no hubiera sido porque ella lo hizo, yo no estaría viva.

Una de las frases para contrarrestar o neutralizar la herida de rechazo es "ahora pertenezco (a todo y todos), y está bien".