miércoles, 5 de marzo de 2014

Enfrentando la vulnerabilidad y el miedo

Conforme vamos avanzando en los ejercicios, voy encontrando un patrón consistente en mí y en mi forma de ser: evito a toda costa mostrarme vulnerable ante mí y ante los demás.  Vaya, casi ni sé cómo "estar en la vulnerabilidad".  Me cuesta mucho "quedarme ahí", sintiéndola.  Mi cuerpo todo se tensa y mi mente se pone en marcha para buscar una salida, mis emociones están censuradas y se activa todo un mecanismo de sentirme "fuerte".  Se desata mi necesidad de control y autocontrol y el placer se hace imposible.  Nunca antes noté todos estos mecanismos.

lunes, 3 de marzo de 2014

La herida de abandono

Realizamos un ejercicio para tocar nuestra herida de abandono.  Durante el ejercicio, los que éramos "bebés" yacíamos en el suelo mientras las "mamás" charlaban entre ellas o hacían otras cosas.  Los bebés teníamos que llamar a mamá cuanto pudiéramos, llamarla para que viniera a satisfacernos, a amarnos.  Empecé suavemente a llamar a mamá y no sentí gran impacto, sin embargo, a medida que la llamaba, me daba cuenta de la indefensión del bebé cuando llora llamando a su madre, cómo, con todo su cuerpo, se crispa, se irrita, se deshace la garganta tratando de obtener lo que necesita, lo que le garantiza la vida.  Pude entonces contactar con esa emoción de indefensión absoluta, de frustración, ¡de enojo!!!, un enojo muy animal y primario, el enojo de un bebé que no es atendido.  Mi mamá llegó a atenderme y me acunó, pero mi "hambre", mi necesidad, era muy grande, mucho muy grande, mi mamá no me consolaba, el cosmos no me consolaba, el vacío era mucho. 

Este ejercicio me reveló cómo en muchas ocasiones soy incapaz de "saciarme" con lo que la vida me ofrece. La idea de que siempre "falta" algo, de que "no es suficiente", mi relación con la comida, la dificultad con la que me siento satisfecha en la vida. Las siguientes semanas sentí mucha hambre todo el tiempo, y, aunque comía bien, rápidamente regresaba esta sensación de no estar saciada.  Conforme lo hice consciente, esta sensación fue disminuyendo.

La capacidad de "tomar"

Durante el módulo en que abordamos la herida de abandono, tuve una experiencia muy fuerte con un ejercicio. Durante el ejercicio teníamos que trabajar con un compañero.  Primero, el compañero tomaba el cojín y no nos permitía tomarlo, nosotros teníamos que luchar por conseguirlo. Durante la segunda parte, el compañero nos daba el cojín y nosotros teníamos que rechazarlo, decir que no lo queríamos.  Estos ejercicios se relacionan con la capacidad que tenemos de "tomar" y saciarnos.

Mientras yo rechazaba el cojín, la facilitadora me sugirió tomarlo y golpear en el suelo con él mientras gritaba "no lo quiero".  Así lo hice repetidas ocasiones.  Contacté una emoción muy profunda y dolorosa.  Una sensación de rechazo al mundo entero, un rechazo sostenido por el enojo.  Un enojo muy profundo. Un enojo relacionado con "tú no estuviste para mí, no quiero nada de ti".  Grité con todas mis fuerzas y toda mi ira.  Al terminar el ejercicio me senté un momento, sudando, muy alterada.  Me di cuenta de que me había manchado de sangre, por mi período, y me dirigí al baño, tuve que cambiarme de ropa y lavar mis pantalones, como no tenía otros, me los puse húmedos. Regresé al salón y me quedé de pie sintiéndome fatal por el ejercicio y el período.  Esa misma tarde me inició una infección urinaria que me duraría dos semanas. No se me quitó más que con antibiótico.

Algunas semanas después me di cuenta de que ese ejercicio me había alterado considerablemente.  Me había revelado que, mi soledad, la vida como la vivo, sola, está sostenida por enojo en gran proporción, no por gusto de vivir sola, aunque así lo aparento.

Fue curioso lo que siguió al ejercicio, pues varias semanas después empecé a disfrutar mi soledad profundamente, y a encontrarme más llena y plena en mis horas de silencio.  Parecía que ese enojo que sostenía mi soledad había sido integrado a mi ser en forma de aceptación y, valga la expresión, "resignación positiva" (algo así como una rendición sanadora que se convierte en una alegría al dejar de oponerse), y ahora me permitía disfrutar mi vida sin la sensación de pérdida o ser víctima.  ¡¡Un efecto muy poderoso e inmediato!!

Trabajando con la descarga

Durante la siguiente sesión de terapia individual, llegué dispuesta a expresar mi enojo por aquella amistad que terminó para mi descontento.  Pude expresar.  La terapeuta me invitó a agregar la frase “no eres mejor que yo” mientras golpeaba con el tubo.  Esto me fue totalmente innovador respecto a aquella amistad perdida y la forma en que yo veía a esa persona.  Me fue tan innovador que de cierta forma el rompimiento me incomodó menos, me dolió menos.  Intenté con otras frases como “me lastimaste”, “confié en ti”.  Sin embargo “no eres mejor que yo” fue por mucho la que me dio más alivio, sentí que recuperaba una parte de mí, un poder interior, una seguridad y un silencio de satisfacción.

La terapeuta me hizo ver que yo había cedido algo de mí, permitiendo que esa persona abusara de mí.  Conozco bien esa sensación, por más sutilmente que se oculte entre los acontecimientos de la vida diaria. No es la primera vez que coloco a una persona/situación/cosa en un lugar inalcanzable, perfecto, sagrado, y cuando las cosas toman la dimensión imperfecta que tienen, siento una decepción y dolor profundos, como haber perdido algo perfecto, algo irremplazable.  Pero ahora entiendo que eso es una construcción mía.  Nada es perfecto ni imperfecto, las personas tampoco, todo: cosas, personas, eventos, simplemente SON.

"Ahora pertenezco y está bien"

Por fin sentí que aprovechaba y disfrutaba el 5° módulo del diplomado en Terapia Psicocorporal. Realizamos un ejercicio poderoso que nos remonta a la herida de rechazo.

Un compañero es "el bebé" y otro es "la mamá". El bebé yace en el suelo en posición fetal.  La facilitadora nos lleva a través del tiempo hacia el pasado, hacia el vientre materno.  Estamos ahí, completamente vulnerables y pequeños.  Entonces, la madre empieza a decir en voz alta todos los pensamientos que pasan por su mente acerca de por qué NO tener este bebé. El miedo, la duda, los conflictos familiares, la ruptura con la pareja, la identidad del padre, la edad de la madre, en fin, un sinnúmero de factores, pueden hacer que la madre piense que no está segura de querer dar la bienvenida a este bebé.  El compañero que es bebé simplemente escucha los pensamientos de su madre.  Es muy intenso y poderoso el ejercicio, pues uno contacta con la sensación de estar amenazado de muerte e indefenso.

Pude involucrarme con los ejercicios y conectar con emociones profundas.  Pude contactar con la compasión hacia quién se siente rechazado.  Me di cuenta de cuánto me cuesta sentir auténtica compasión, a pesar de que en mis prácticas espirituales se menciona y se repite continuamente la importancia de sentir compasión hacia todo y todos al meditar.  Me dio gusto aprender esto sobre mí.  Me gustaron mucho los ejercicios para contactar con el rechazo, así como el parto y la llegada del bebé (otro ejercicio).  Pude ver a mi madre desde otro punto de vista.  Esto tuvo un efecto muy positivo en mi vida personal actual, en particular en la relación con ella.

Ahora estoy consciente de que mi madre me dio la vida, haya sido bajo las circunstancias que haya sido.  Si no hubiera sido porque ella lo hizo, yo no estaría viva.

Una de las frases para contrarrestar o neutralizar la herida de rechazo es "ahora pertenezco (a todo y todos), y está bien".

La primera vez que pude golpear para "descargar"

Durante la terapia individual la terapeuta me preguntó cómo me sentía.  Le relaté que en el diplomado otros habían ya golpeado con la raqueta y eso me había impresionado mucho.  Me explicó que eso era para sacar enojo y que era algo muy efectivo.  Yo seguía empecinada en que no sentía enojo alguno, y menos en esa sesión, pues se acercaba un viaje muy largo con mi pareja que me emocionaba mucho. Por ende, en ese momento dije que "me sentía feliz".  La terapeuta entonces, me invitó a expresar mis emociones positivas de ese momento, dando golpes sobre unos cojines, con un tubo de plástico rígido.  La sensación antes de iniciar fue vertiginosa, ¿qué pasaría si me veía ridícula?  Finalmente me obligué a hacerlo.  Mientras exclamaba mi felicidad gritando "¡soy feliz!!" y golpeaba, pasó por mi mente un pensamiento relámpago: “¿y si no estuviera golpeando de felicidad?”.  Fue brevísimo y no lo comenté en ese momento.  Mi sensación ante el pensamiento fue de un miedo muy grande, como si se revelara un secreto terrible.  Terrible, pero no fatal.  

Terminó la sesión y durante pocos días después de este primer ejercicio de golpes interactué con la realidad de una manera completamente diferente (y muy placentera): mi mente se había silenciado y mi cuerpo percibía las sensaciones acentuadas y vibrantes, como bajo el efecto de una droga.  Este efecto desapareció con los días y mi mente retomó el terreno.