lunes, 3 de marzo de 2014

La herida de abandono

Realizamos un ejercicio para tocar nuestra herida de abandono.  Durante el ejercicio, los que éramos "bebés" yacíamos en el suelo mientras las "mamás" charlaban entre ellas o hacían otras cosas.  Los bebés teníamos que llamar a mamá cuanto pudiéramos, llamarla para que viniera a satisfacernos, a amarnos.  Empecé suavemente a llamar a mamá y no sentí gran impacto, sin embargo, a medida que la llamaba, me daba cuenta de la indefensión del bebé cuando llora llamando a su madre, cómo, con todo su cuerpo, se crispa, se irrita, se deshace la garganta tratando de obtener lo que necesita, lo que le garantiza la vida.  Pude entonces contactar con esa emoción de indefensión absoluta, de frustración, ¡de enojo!!!, un enojo muy animal y primario, el enojo de un bebé que no es atendido.  Mi mamá llegó a atenderme y me acunó, pero mi "hambre", mi necesidad, era muy grande, mucho muy grande, mi mamá no me consolaba, el cosmos no me consolaba, el vacío era mucho. 

Este ejercicio me reveló cómo en muchas ocasiones soy incapaz de "saciarme" con lo que la vida me ofrece. La idea de que siempre "falta" algo, de que "no es suficiente", mi relación con la comida, la dificultad con la que me siento satisfecha en la vida. Las siguientes semanas sentí mucha hambre todo el tiempo, y, aunque comía bien, rápidamente regresaba esta sensación de no estar saciada.  Conforme lo hice consciente, esta sensación fue disminuyendo.

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